Época: Inestable coexist
Inicio: Año 1945
Fin: Año 2000

Antecedente:
La inestable coexistencia
Siguientes:
El equilibrio del terror
La construcción de Europa
La evolución de la ONU
La crisis de Berlín
La crisis de Cuba



Comentario

Antes que nada, se puede decir que la modificación del panorama internacional que se produjo a mediados de la década de los cincuenta fue la consecuencia de una práctica y no de una teoría. Esta práctica, en realidad, se inició antes de la muerte de Stalin: desde 1952 éste dio señales de querer negociar con los adversarios occidentales proponiendo la aceptación de una Alemania unida con tal de que fuera neutral.
Luego, cuando, en marzo de 1953, se produjo la desaparición del líder soviético, estos cambios se aceleraron. En realidad, comenzaba a desvanecerse el "estado de sitio" en que había vivido la sociedad soviética desde los años treinta y que había tenido marcada influencia sobre su política internacional. El término "deshielo", que sirve de título a una novela de Ilya Ehrenburg, puede servir para describir la situación producida en el mundo soviético como consecuencia de la desaparición de Stalin. En política exterior, los signos de buena voluntad y de normalización se multiplicaron. Aparte de la rehabilitación de Tito, en el verano de 1953 se restablecieron las relaciones diplomáticas de la URSS con Israel que habían sido rotas unos meses antes y se firmó el armisticio de Corea en el que, en teoría, los soviéticos estuvieron ausentes pero que no podría haber sido suscrito su aceptación.

En 1954 la URSS participó en una conferencia sobre Berlín que no concluyó en nada verdaderamente positivo. En 1955 puso fin al estado de guerra existente con Alemania y con respecto a Austria aceptó la retirada de todas sus tropas mientras que permaneciera como un país neutral. Fue la primera ocasión en que la URSS hizo algo parecido después de haber ocupado una parte de un país con sus tropas; coincidió, además, con el abandono de la base de Porkkala en Finlandia que así logró un cierto mayor grado de autonomía en su política exterior. También la mejora de las relaciones con los países fronterizos a los que Stalin había tratado de presionar al final de la Segunda Guerra Mundial -Grecia y Turquía- fueron otros dos factores del cambio acontecido en la política internacional. Ese mismo verano de 1955 tuvo lugar una reunión en la cumbre en Ginebra en la que, si bien no se produjo ningún avance, en cambio fue posible detectar un nuevo clima, el llamado "espíritu de Ginebra" que no puede ser descrito como de confrontación sino al que le corresponde más bien la descripción de "coexistencia".

Pero ésta debe ser matizada empleando un calificativo adicional: "competitiva". En efecto, a título de ejemplo, en ese mismo año la cuestión alemana seguía siendo el esencial motivo de divergencia entre las superpotencias. Los soviéticos respondieron a la integración de la Alemania federal en la OTAN con la creación del Tratado de Varsovia y reconociendo la plena soberanía de la República Democrática Alemana. La coexistencia tenía, por tanto, sus límites.

A la nueva práctica de los soviéticos le respondió también, a mediados de los cincuenta, una nueva actitud por parte de algunos de los dirigentes occidentales, no precisamente caracterizados por ningún tipo de proximidad al comunismo. Churchill, que había acuñado la expresión "Telón de acero", fue uno de ellos: en efecto, se mostró dispuesto a negociar con los soviéticos, incluso trasladándose a Moscú. Para él era posible "vivir con la URSS, aunque no en una relación de amistad, pero sin el temor a una guerra". Incluso no tuvo inconveniente en indicar a los más conservadores que los soviéticos tenían, en realidad, más temor a la amistad que a la enemistad. Por su parte, en septiembre de 1955, Adenauer visitó la URSS. Al anciano canciller alemán siempre le preocupó de una manera muy especial que los vencedores en la Guerra Mundial pudieran ponerse de acuerdo entre sí sin contar con los propios alemanes. De ahí que pretendiera abrir un camino de entendimiento con la URSS.

Los años que siguieron confirmaron esta tendencia a la coexistencia. La época entre 1955 y 1962 no supuso, en efecto, el final del mundo bipolar nacido después del final de la Segunda Guerra Mundial ni tampoco de la guerra fría existente entre estos dos mundos. Pero, antes de llegar a la distensión propiamente dicha, estos años deben ser descritos, en lo que respecta a significación en la política internacional, como años de coexistencia competitiva. Con el transcurso del tiempo, en gran medida gracias a las crisis entre las grandes potencias, apareció otro clima entre ellas. Pero, además, la descolonización, que cumplió una segunda etapa en estos momentos, en especial en África, supuso la declaración de los países del Tercer Mundo de que no querían ser tratados como objetos de la política internacional sino como sujetos y, como consecuencia, las dos grandes superpotencias debieron enfrentarse con un nuevo panorama en un grado muy superior a la etapa precedente.

Mientras que la oposición ideológica entre los dos bandos hacía por completo imposible una idea de paz propiamente dicha y la acumulación de armas no hacía imaginable la guerra, la aventura del espacio exterior, los nuevos países independientes o la competición respecto a los logros económicos se convirtieron en los campos de confrontación entre las dos superpotencias. Fueron posibles algunos acuerdos iniciales entre las dos superpotencias aunque hubiera crisis violentas, e incluso profundamente desestabilizadoras, que tuvieron como resultado momentos de grave enfrentamiento bien en escenarios tradicionales de la guerra fría (como Berlín) o en otros nuevos, como Cuba. Incluso se puede decir que, en el seno de los bloques ideológicos en los que se dividía el mundo, aparecieron fisuras o al menos matices de cierta importancia.

En el mundo comunista, la intervención soviética en Hungría, con el resultado de haber conseguido la sumisión total de este país y la homologación con el resto de los del área comunista, no debe hacer olvidar que a partir de los años sesenta se hizo cada vez más palpable una diferenciación entre los diferentes países comunistas a los que la URSS debió tolerar un cierto grado de autonomía en su respectiva vía nacional hacia el socialismo. La reconciliación de la URSS con Yugoslavia no tuvo como consecuencia, por ejemplo, que ésta perdiera su propia especificidad política, sobre todo de cara al Tercer Mundo. Todavía fue más importante, sin embargo, el creciente desacuerdo entre la Unión Soviética y la China de Mao que tuvo como resultado que el movimiento comunista quedara partido por gala en dos, una situación destinada a resultar irreversible.

En cuanto al mundo occidental, la novedad más importante radicó en la actitud autónoma que tendió a jugar Francia, a partir del momento en que llegó al poder el general De Gaulle y que en algún momento fue considerada por Pekín y Moscú como un factor positivo en las relaciones internacionales. En realidad, como veremos, la política exterior de De Gaulle no tuvo la menor duda en lo que respecta al alineamiento con Occidente en los momentos clave, como, por ejemplo, en torno a Berlín o a la crisis de Cuba. No se basaba en delirios de grandeza sino en la necesidad de compensar con altanería el complejo de impotencia de un país cuyo sistema político se había estancado en el marasmo y que había enfocado muy mal el problema de la descolonización. De Gaulle, que fue uno de los escasos gobernantes de la época capaces de darse cuenta del papel que seguiría correspondiéndoles a las naciones en la política internacional, no hizo otra cosa que guiarse por los intereses de su país. En realidad, hacía exactamente lo mismo que Macmillan, aunque pareciera que sus actitudes eran divergentes: si para el británico lo más conveniente fue el alineamiento casi incondicional con los norteamericanos, para el francés lo más productivo fue esa perpetua reafirmación de la propia entidad. Al hacerla, sin duda provocó como resultado que en adelante las decisiones en la política internacional no pudieran limitarse tan sólo a dos interlocutores, como en el momento culminante de la guerra fría. Sin embargo, más importante aún fue el hecho de que Europa empezara a configurarse como una realidad unida en el terreno económico por las consecuencias que, a largo plazo, esta nueva realidad supondría para el panorama internacional.